Artículo publicado el miércoles, 23 de noviembre de 2016 en www.farodevigo.es
Acabo de terminar un libro
que me ha fascinado hasta el punto de no encontrar mejor remedio para
satisfacer la benéfica influencia que me ha aportado su lectura, que compartir públicamente
las conclusiones a que me conduce.
No es habitual que un viejo
libro permita ver claro cien años después de haber sido escrito. Pero este caso
sucede porque en tiempos de confusión como los que atravesamos, preñados de
hechos desconcertantes, de promesas de quita y pon y a menudo de explicaciones
hechas al único propósito de despistar, El
ciudadano contra los poderes de
Alain (Tecnos Madrid, 2016), nos enseña con enorme sencillez a creer en el
hombre, en su capacidad de liberación a través de la cultura y nos impulsa a
cultivar la democracia como un deber que obliga a todos a implicarse en el
gobierno colectivo.
Los Propos de Alain, podrían parecernos un recetario mágico escrito en
estos días por un mago para combatir el desaliento que cunde por doquier cuando
los peores augurios sobre el negro futuro de la democracia amenazan con
tornarse realidad, cuando incluso las Prophéties del alquimista Nostradamus advirtiendo
del triunfo de Donald Trump parecen cumplirse. Y así sería si no estuviéramos ante
la obra del gran mentor de la idea radical, de uno de los padres del mensaje
democrático que sirvió para forjar el
discurso cívico que en el siglo XX se expandiría por Europa y buena parte de
América.
Alain, seudónimo de Émile
Chartier, fue un hijo del caso Dreyfus,
turbia trama de espionaje en la que subyacía un terrible conflicto entre la
“Razón de Estado” y el derecho de todos los ciudadanos a conocer la verdad y a
participar en la construcción de su legitimidad democrática. Un episodio que concluyó
con el triunfo de la República a
costa de un enorme sacrificio que exigió superar la corrupción interna que
estaba descomponiendo el Estado
republicano y que condujo a la
reconstrucción de las categorías y conceptos democráticos de la que surgiría
nuestro actual entendimiento de la escuela y del papel del profesor como eveilleur, como la persona que nos
despierta a hacernos nuestras propias preguntas.
Frente a los que condenando
a Dreyfus aspiraban a implantar en Francia un régimen de poder semejante a los
que imperaban en el resto de Europa, Francia para Alain era la República y la
República, para imponerse a su tiempo histórico, debía ser expresión fidedigna
de una ciudadanía siempre activa y siempre alerta frente al poder y a los
poderosos que aspiraban sin tregua a dominar, a usurpar… a despojar a los ciudadanos de su derecho a
participar en la formación de la opinión colectiva.
Alain explica en los Propos que la defensa de la República
contra sus enemigos, interiores y exteriores, pasa por revindicar la Política
ante el poder. Política y poder son dos categorías conceptualmente diferentes
que incluso llegan a generar dinámicas definitivamente opuestas.
El poder es fuerza, es
mando, es jerarquía. Habla siempre en términos de dominación y responde a una
lógica de sometimiento. Su objetivo es imponer su decisión y tiende por naturaleza al abuso. Precisa
siempre de la confusión, de la
ignorancia y la renuncia humana. Poder es toda aquella instancia que pretende
dominar en el silencio, que desprecia la participación de todos… una realidad existencial que nace de la
dejación ciudadana.
La Política es otra cosa,
es la conciencia de que vivimos en un mundo colectivo, de que nuestra
individualidad se encuentra mediatizada por el hecho de vivir juntos. La
Política democrática significa en nuestros días la implicación de todos en las tareas
colectivas como un deber a sabiendas de que cuando alguien renuncia a su deber, está
abdicando de su ciudadanía y permitiendo que un poder ocupe su lugar.
Alain empieza a escribir
sus Propos en la prensa de provincias
francesa. Unas columnas esporádicas aparecidas primero en La Dépêche de Lorient (Bretaña) que serán en su estructura y
mensaje auténticas piezas maestras de concisión y de planteamiento de los
problemas, punto intermedio entre la narración del acontecimiento y la razón
profunda, con argumentos sopesados que estallan por su propia evidencia y
expresados de manera clara: frase corta y de estructura simple en su desarrollo y en una conclusión que enlaza
con el principio formando un bucle;
“Pensar es decir no”, “Obedecer pero no respetar”, “El radicalismo es sobre todo crítica”,
“Resistencia y obediencia”…
Además de los Propos, (un neologismo por él inventado
y sinónimo de “idea o reflexión a propósito de algo”), Alain al que sus numerosos discípulos llamaban
el gigante, nos sorprende con su ejemplo personal. El profesor que
odia la guerra y que sabe que la guerra entraña el sacrifico de los mejores, se
presenta voluntario al frente a los cuarenta y siete años porque no puede dejar
que sus alumnos mueran solos. El catedrático que en el día de su jubilación,
cuando el ministro de educación había acudido a su aula para rendirle
públicamente el homenaje que merecía, desaparece sigilosamente por la puerta
trasera porque estaba convencido de que la República no puede condecorar a un
ciudadano que se ha limitado a cumplir con su deber.
Pero lo que más me impresiona
de este libro es su apabullante utilidad en una situación como la actual en la
que no tenemos muy claro si nuestros valores han declinado definitivamente o todavía
sobreviven a la espera de un profundo reajuste; en tiempos en los que se hace
imprescindible reafirmar las ideas sobre
ciudadanía y libertad. Y es que cuando parecen volver por su fueros los
“mercaderes del sueño” que nos quieren vencer con la mentira acerca de lo que
está sucediendo en el mundo y ante la ausencia de Emile Chartier “Alain”, releer sus Propos
puede ser un magnifico antídoto contra el adormecimiento.
Por esto se hace tan actual y reconfortante leer
discursos como el que pronunció otro gran autor, Albert Camus (discípulo
indirecto de Alain), con ocasión de la aceptación del Premio Nobel de
Literatura en 1957, en el que proclama que la tarea de la generación a la que
pertenecía no pasa por crear un mundo nuevo, sino por impedir que aquel que
conocía se deshiciera.
Y es que justamente la
única posibilidad al alcance de nuestras manos para impedir que la Ciudad que
hemos recibido desaparezca, consiste en no renunciar a la Política,
porque sin Política no puede haber hombres ni mujeres libres, y sin ideas
políticas en torno a las que debatir, tampoco habrá lugar a la esperanza, solo la
destrucción de la democracia en medio de un reinado de mentiras.
Post Data.
… Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quién
lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él… (La sombra del viento. Carlos
Ruiz Zafón).