Artículo publicado el viernes, 7 de octubre de 2016, en www.farodevigo.es
Después de las críticas aceradas recibidas por el presidente Santos por abrir la negociación de paz, la fortaleza exhibida por el ejecutivo colombiano y, sobre todo, por la sociedad civil en los momentos de mayor duda y dolor registrados durante el proceso, así como la mediación internacional aceptada por ambas partes, que han sido capaces de trascender diferencias ideológicas en apariencia insondables, muestras inequívocas de un país que necesita recuperar el tiempo perdido, que quiere hacerlo y que, sobre todo, no interpreta el futuro más que como oportunidad.
Después de que un país asume la necesidad de que todas las heridas
abiertas se podían cerrar por refrendo popular con una llamada a las urnas que
más que nunca ha sido una llamada a la esperanza, el pasado domingo Colombia
dijo NO a la "Refrendación del Acuerdo Final para la Terminación del
Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”.
Colombia expresó en las urnas
que hay que seguir esperando a la senda del desarrollo y progreso que, desde
hace meses, la sitúa como una de las economías de referencia de América Latina.
Colombia dijo, también, que
la metafórica Macondo del genial García Márquez seguirá aguardando después de
un séptimo intento a sustituir el desencuentro, la ira y el horror por la
esperanza que se basa en el sano discernimiento del ser humano.
Dicho de otro modo, Colombia
seguirá confiando en poder protagonizar uno de los capítulos más
bellos de la verdadera política de Estado que se pueda recordar.
En cuestión de horas,
Colombia ha pasado de ser un país referente para la región y para el mundo en
general, a una nueva duda geopolítica. Un reflejo de cómo han transido las
campañas de los defensores de cada postura. Objetivamente nadie cuestiona la
importancia de la paz, pero las lagunas argumentales -que las ha habido- han
dado alas a los que mantienen (seguro que con toda legitimidad) causas
pendientes con los guerrilleros.
La rápida reacción de las
FARC anunciando su voluntad de adaptarse a nuevos escenarios y el tesón del
Gobierno Santos por recomponer diálogos sin pérdida de tiempo ha aportado un
impagable balón de oxigeno al proceso de paz. Nadie lo afirma abiertamente pero
es una idea que subyace en el común colombiano: o es la paz o es el caos.
Porque todos en este país regado de sangre durante 50 años saben que la única
manera de ganar el futuro es por medio de una convivencia pacífica.
Lo único que redime la
confusión ciudadana es que el actual acuerdo no ha muerto. En la tregua
adoptada entre los contendientes del SÍ y del NO parece existir una suerte de
consenso extremo: esta es nuestra última oportunidad.
Colombia espera de los
presidentes Santos, Uribe y Pastrana que muestren una capacidad política sin
prevalencia de intereses particulares, la
de velar por un bien común superior al bien partidista, para sacar al
país de un atolladero en el que todos han participado y del que nadie es
responsable.
Deberán decidir entre la
convivencia práctica y constructiva con el adversario o la guerra de la
sinrazón contra el enemigo, porque la incertidumbre no puede durar mucho tiempo.
El alto el fuego con las FARC caduca en
menos de un mes, el riesgo es muy alto.
El futuro que se abre tras
este proceso es, por supuesto, una incógnita. En palabras de Víctor Hugo
"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para
los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad".
Sinceramente creo que
Colombia tiene que seguir trabajando en esa oportunidad.
Post
data.
Durante los últimos años he tenido la oportunidad y el
honor de participar en calidad de Observador Internacional en varios procesos
electorales en Colombia. El pasado domingo, invitado por la Organización Nacional
Electoral (Consejo Nacional Electoral y Registraduría del Estado Civil), lo he
vuelto a hacer y en el papel de notario
de la realidad que obliga ser Observador Internacional, he contrastado que
todas llamadas a urnas realizadas en Colombia bajo mi desempeño, se han celebrado con la limpieza
democrática que por ejemplo se vive en cualquier proceso electoral de
nuestro país.