Artículo publicado el martes, 27 de septiembre de 2016, en www.farodevigo.es
En las últimas horas se han sucedido todo tipo de declaraciones
en torno al acuerdo de paz alcanzado en Colombia. Me quedo con la del
ex-presidente de Gobierno, Felipe González que lo ha equiparado con la caída
del Muro de Berlín. Comparto la perspectiva de que nos encontramos ante un
hecho histórico que marcará de manera decisiva el siglo XXI. Lo hará en
Colombia, lo hará en la región y tendrá alcance planetario.
Lo primero que quiero destacar es el valor de los colombianos
para ganar la paz. La paz no se alcanza, ni se firma, ni se obtiene... se lucha
metro a metro construyendo puentes de entendimiento. El concepto no es mío sino
de Isaac Newton: "Los hombres construimos demasiados muros y no
suficientes puentes". Colombia lo ha hecho, ha construido un puente sobre
50 años de guerra civil. O dicho de otro modo ha levantado un puente sobre algo
tan oscuro y sórdido como el Muro de Berlín.
El próximo domingo Colombia ratificará en las urnas un futuro
que afectará a toda la región. Cuando Europa y EEUU parecen plegarse al miedo
que alimenta los extremismos más peligrosos, América Latina inaugura una senda
en el que los movimientos políticos pendulares parecen dar paso a nuevas
fórmulas de convivencia. Y la idea tampoco es mía sino de Rigoberta Menchú:
"La paz es hija de la convivencia, de la educación, del diálogo".
Traigo a colación a un inglés como Newton y a una guatemalteca
como Menchú para refrendar el impacto global y cosmopolita del acuerdo que está
a punto de ser refrendado en las urnas colombianas. El próximo 2 de octubre, el
mundo estará pendiente de Colombia y por primera vez en décadas no será por la
sangre derramada sino por la fuerza de un pueblo que ha ganado la paz a pulso.
Durante los últimos años he tenido la oportunidad de participar
en calidad de Observador Internacional en varios procesos electorales en
Colombia. Este domingo lo volveré a hacer invitado por la Organización
Electoral de Colombia. En todas estas visitas he tenido la oportunidad de
comprobar la limpieza democrática con la que se gestionan estas llamadas
a las urnas. Y con todo, la convocatoria del 2 de octubre la espero con cierta
ansiedad porque, más allá del privilegio de vivir un momento histórico en
primera persona, la fecha referida abre la posibilidad de poner fin a 50 años
de una guerra en la que han muerto más de 220.000 personas y ha provocado el
desplazamiento de casi otros cinco millones. Como indican las cifras el
muro era muy grande.
Solamente atino a enfrentar el dolor de todas y cada una de
esas desgracias individuales con la grandeza de una sociedad capaz de ganar la
paz y con ella el futuro. Creo que el potencial de la Colombia resultante de
este proceso no tiene límites. Tiene, eso sí, importantes retos. Como tantos
otros países de su entorno, Colombia tiene la necesidad de combinar sus
múltiples recursos naturales con un desarrollo social y económico que favorezca
la convivencia de todo su pueblo.
Para que nadie se alarme no estoy realizando una proclama
anticapitalista, aficionado como soy al realismo mágico de García Márquez, la
vida me ha mostrado los límites razonables de nuestros sistemas políticos. No
se trata, por tanto, de una llamada al desorden sino al equilibrio de una
sociedad en la que cada cual debe aspirar al máximo de sus posibilidades al
tiempo que demanda que sus gobernantes velen satisfactoriamente por los menos
favorecidos. El gran puente de la paz debe dar lugar a pequeños puentes de
convivencia empática.
Cuando Europa sufre las
consecuencias de enterrar el Estado de Bienestar, cuando EEUU recupera con más
intensidad que nunca el discurso de los muros y el aislacionismo, cuando el
mundo entero parece sobrecogido por la amenaza terrorista, América Latina tiene
la necesidad histórica que ocupar el espacio que por derecho le corresponde en
el marco de la sociedad global. En mi opinión, está circunstancia se empieza a
percibir en distintos países latinoamericanos, pero sin duda donde se observa
con más claridad es en Colombia. Con todo por hacer, a partir de la paz ganada,
la tierra de Simón Bolívar vuelve a marcar la senda de todo su entorno. El
viaje promete ser apasionante y más que nunca quiero ser argonauta.