Artículo publicado el sábado, 3 de julio de 2016 en www.farodevigo.es
cabo de regresar de África, de
una región alejada de vías comerciales y puntos de desarrollo situada al
noroeste de Camerún y muy cercana a las
fronteras con Chad y República Central Africana, llamada Lamidato de Mayo Rey; una extensa sabana
salpicada con acacias y algunos baobabs solitarios, adornada por pequeños montes de rocas
graníticas y profundamente marcada por un clima saheliano con dos estaciones;
la cálida y lluviosa de mediados de julio a octubre y la seca, de altísimas temperaturas, el resto del año.
De la
mano de la Fundación Mayo Rey que,
capitaneada por el pediatra Emilio Sastre, ha construido y puesto en
funcionamiento un flamante hospital
quirúrgico con veinte camas, en el que ya se están realizado operaciones de
cataratas, cirugías menores, empastes y
extracciones dentales, revisiones ginecológicas y todo tipo de consultas
médicas, he viajado con Inés Mera y
Marta Garrido, entusiastas y expertas
ingenieras del equipo del Grupo de Ingeniería del Agua y del Medio Ambiente de
la UAC y con un miembro de la Fundación en Vigo, para hacer un
“mapeo” y poder elaborar un estudio
acerca de las posibilidades y viabilidad de construcción de pozos que
posibiliten agua de calidad para el
consumo en aquel territorio.
La capital del Lamidato es Rey Bouba, aproximadamente 10.000
habitantes, con mezquita de potentes altavoces construida por el gobierno de
Arabia Saudí y un mercado que languidece
de sábado a jueves y que los
viernes revive con gentes que acuden a
comprar, vender o intercambiar todo tipo de mercancías. No faltan dos pequeños
bares, por decir algo, que cuando no
falla la corriente despachan más o menos
frescas cervezas y refrescos que no están al alcance de todos.
La flota automovilística es, como casi todo en Rey Bouba, propiedad
del Lamido; dos grandes camiones sin
piezas de recambio que posibiliten su funcionamiento; un tractor que si
funciona; dos destartalados Range Rover que a veces si y otras no, y un
flamante todoterreno Mercedes que nunca falla. Hay un coche más, un Toyota
Celica blanco de no se sabe cuantas
manos que pertenece a Umseni Alim, el
comerciante rico entre todos los pobres de Mayo Rey. El parque móvil
se completa con unas pocas motocicletas
que pilotadas por jóvenes asalariados de uno o dos patronos, ejercen de servicio de taxi por las
polvorientas calles del pueblo.
Amanece
a las cinco y todos los días a las siete
aparecen el Dr. Sastre con su séquito de
guías-interpretes-salvoconductos-abre puertas-arregla
problemas…(Ibrahima, Amadou y Mamadou) en uno de los destartalados Range Rover de ocho plazas que
solo arranca cuando el conductor aplica, de una sucia botella de plástico, unas
gotas de gasoil en no se sabe bien cuál
de las piezas que aparecen cuando
levanta el capó. Misterios de la mecánica o del ingenio del viejo y taciturno
chófer que durante diez días nos llevó a las aldeas de Anina, Madana, Basara,
Djouron; Vidé, Uro Gadougi, Kalamé, Taparé, Larki, Gatuge, Polbomi… y a
los Uro
Kesum (poblados) de los nómadas Mboboros y refugiados del vecino Chad.
Cargamos
en este nuestro peregrinar por el territorio
con las neveras de esta playa sin
mar, llenas de botes para recoger muestras de agua; medidores y reactivos para
determinar PH, concentración de
contaminantes, oxígeno disuelto... un moderno GPS para localizar
geográficamente el pozo y unos artesanos
sedales que reemplazan a la perfección
a las modernas sondas electrónicos midiendo el fondo del pozo y la lámina de agua.
Los pozos, de distintas profundidades y
diámetro, a ras de suelo o con brocal, están siempre a
las afueras de los poblados y han sido
excavados con las manos y alguna
rudimentaria herramienta por los vecinos. Hablamos con los jefes y los
habitantes de cada poblado para saber cuántas veces vienen al pozo, cuanto
tienen que desplazarse, cuanta agua consumen al día, que uso le dan, si hay
casos de enfermedades de transmisión hídrica… Todo lo que escuchamos y lo que
vemos, cualquier mínimo detalle, es muy
importante para lo que puedan ser los presentes y futuros pozos en Mayo Rey.
El agua abundante de la época
de lluvias, derrumba los frágiles pozos en los que también beben y a veces
hacen sus necesidades los animales. Por el contrario, en la temporada
seca, la lámina de agua no supera los
treinta centímetros, lo que dificulta enormemente la tarea diaria de captación
del agua. Las mujeres dejan caer un deshilachado cordel atado a una botella de
plástico con aberturas en los laterales
a cinco centímetros de la base, para que cuando llegue al fondo se tumbe y faciliten lentamente la
entrada del agua. No menos de una hora
para llenar un recipiente con tres litros de turbia y caliente agua. A pleno sol, sin más sombra que la de los
pequeños arbustos sobre sus pies descalzos en el camino de ida al pozo y vuelta
a casa.
He compartido los quehaceres cotidianos con seres humanos que no ven la televisión; no hay, ni escuchan la radio; no tienen; ni leen periódicos, porque allí no
llegan. Que
no entienden de la crisis económica mundial porque la suya es una crisis
permanente. Ni siquiera eso, no se trata de una crisis sino de una lucha feroz,
constante y titánica por seguir vivos, por disfrutar de cada momento como si fuera el último.
Hablo de personas muy pobres que, en términos de vida, nos hacen
ridículamente pobres -en términos de
espíritu- a nosotros, ciudadanos del primer mundo. Cuento sobre personas que la
escasa agua que consiguen durante nueve meses al año, produce en los niños, siempre los niños, frecuentes dolores de barriga, como mal
menor. Niños que siempre te miran sonriendo
y gritan “Nazara, Nazara” (blanco, blanco) para que les hagas una foto y,
primero asombrados y luego alborozados, verse en el display de la cámara.
La intensidad de los momentos vividos
contrasta abruptamente con la vuelta a la normalidad. Tanto, que cuando pienso
en todo lo que queda por hacer, siento que mi aportación ha sido
insignificante. Creo que ese sentimiento de insuficiencia habla de la verdadera
esencia de la solidaridad. Cada pequeño movimiento, cada pequeño compromiso
cuenta. Todos nuestros (insignificantes) esfuerzos individuales constituyen una
tendencia, un movimiento que por agregación adquiere otra relevancia. En
particular, sé que no he cambiado el mundo, aunque no renuncio a ello, pero después de esta experiencia el mundo si
ha cambiado para mí.