Artículo publicado el jueves, 14 de enero de 2016 en www.farodevigo.es
Con el paso de los años es muy
difícil que, por momentos, no te rindas a la nostalgia. El regusto placentero
de un buen recuerdo resulta demasiado tentador para que esto no suceda. Casi
podríamos decir que forma parte de lo que "El Rey León" popularizó
como el ciclo de la vida. Lo que resulta más raro es que el pasado protagonice
un triple salto mortal en el espacio-tiempo y cobre una vigencia que trasciende
lo necesario para convertirse en fundamental.
Para los que crecimos bajo el
influjo cultural del vinilo este renacer de las cenizas es muy fácil de
entender. Como consumidores nos hemos rendido interesadamente a la tecnología y
la adaptación digital de la música, pero cuando escuchamos o leemos que el
vinilo vuelve a estar de moda no podemos dejar de emocionarnos con el recuerdo
de aquella experiencia de navegar entre elepés.
Los profesionales de la comunicación
sabemos que esta evocación resulta muy eficaz en determinadas campañas. Apelar
a ese recuerdo latente de nuestra memoria obtiene unos retornos emocionales por
lo general muy satisfactorios.
Hoy, sin embargo, quiero reivindicar
-y no es la primera vez- lo que considero una anomalía extraordinaria en esta
galería de recuerdos entrañables. Me refiero a Rodolfo Langostino y a su
reciente (y exitosa) vuelta a escena.
Para los que sentimos Vigo como un
extensión de nuestra propia piel, Pescanova es algo más que una empresa o una
marca comercial, es un símbolo primigenio de una ciudad abierta al mundo a
través de los océanos. Su caída en desgracia corporativa de hace unos años nos
dolió a todos como solo duelen las cosas que nos son cercanas. Por eso resulta
especialmente satisfactoria esta sensación de vuelta al hogar que nos ha
aportado la recuperación de Rodolfo Langostino.
Se ha escrito mucho -y generalmente
bien- sobre lo redonda que resultó esta creatividad desarrollada por Ecovigo en
1978. A lo largo de décadas, Rodolfo Lagostino ha sido uno de esos regustos
placenteros del pasado a los que me refería al inicio de esta reflexión. Sin
embargo, en estos momentos, más que del personaje o de la campaña quiero
destacar la habilidad de la nueva Pescanova al recuperar la vigencia de este
icono de nuestra historia.
La industria de la alimentación, como
sucede con el conjunto de la sociedad, está condicionada por unos procesos
comunicativos complejos y eficaces. La complejidad viene dada por un entorno de
auditoría real de 360º por parte de todos los grupos de interés con los que se
relaciona en la actualidad cualquier compañía. Por su parte, la eficiencia
responde a la necesidad de hacer tangible un proceso tan etéreo como el
comunicativo, esto es la comunicación enfocada a la gestión del negocio.
Rodolfo Langostino es una
maravillosa anomalía porque además de enternecernos con una evocación que goza
de plena vigencia, lanza un mensaje de regeneración coherente con el camino
emprendido por la nueva Pescanova. Ese simpático ligón pampero no habla solo de
lo que fuimos sino, sobre todo, de lo que podemos volver a ser. Ese mensaje es
el resultado de una reflexión empresarial, de un sentido de la gestión que nos
permite volver a creer en el proyecto. Y
esto, en los tiempos azarosos que nos toca vivir, simplemente no tiene precio.