Artículo publicado el jueves, 11 de abril de 2013 en www.farodevigo.es
Dicen
algunos que la publicidad es una manera de socializar el consumo, al menos
cuando éste existe.
Comentan
otros, no necesariamente los mismos que manifiestan lo anterior, que al menos
existen dos tipos de publicitarios: los
preocupados estrictamente por crear anuncios con el objetivo de enganchar al
consumidor para que compre y los que solo buscan inflar su ego creativo con el dinero del
anunciante.
Sin
rechazar cualquiera de las anteriores opiniones y aunque solo sea por hallar
partidarios entre los que dicen y los que comentan, yo pretendo brindarles un axioma: los anuncios
no nos pertenecen a los publicitarios, ni a los que crean con honradez ni a los
que conciben para el lucimiento personal, y aún más, los anuncios tampoco
pertenecen a quienes los encargan y pagan.
Un
anuncio una vez insertado en el periódico o emitido en la televisión o radio,
ya pasa a ser de titularidad pública en un claro ejercicio de socialización democrática.
En
1978, cuando yo era un ilusionado becario en el Ecovigo Publicidad del número
56 de la Calle Camelias, un publicitario –a quien califico de genio, entonces y
ahora- creó a Rodolfo Langostino para dar respuesta a las necesidades inmediatas
de Pescanova y no como lucimiento personal.
En
las navidades de ese mismo año, cuando
el hoy famoso personaje se asomó en forma de spot de 20 segundos a la única televisión de entonces, pasó a ser propiedad de los telespectadores
de la época y de todos aquellos que,
hasta hace bien poco, han seguido contemplándolo a lo largo de tantas
navidades.
Más
allá de “pre-concurso”, “deuda oculta”, “impugnación de cuentas”, “fondos
propios”, “falta de liquidez” “quiebra técnica”, “concurso de acreedores”, “grupos
inversores”, “sanciones de la CNMV”; más allá de todo este farragoso barullo, a
Rodolfo Langostino que no lo toque nadie. Porque es de propiedad pública.